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EL EJEMPLO DE LOS PASTORES

“Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado” (Lucas 2:15).

En el Evangelio que se lee el día de hoy aparece el hermoso ejemplo de la fe de los santos pastores, quienes después de haber oído la predicación de los ángeles, inmediatamente se pusieron en camino para ver cuanto antes lo que había sucedido, y lo que el Señor les había manifestado. Son, en especial, dos los factores que hacen que esta fe sea tan ejemplar. En primer lugar, los pastores no se escandalizan por el aspecto en extremo humilde del niño. Y, en segundo lugar, no temen a los hombres poderosos de Jerusalén y de Belén, que muy fácilmente podrían acusarlos de sediciosos porque querían proclamar rey al hijo de un mendigo. Lo uno como lo otro son, por cierto, muestras elocuentes de una gran fe. Sin más ni más, los pastores van a Belén y hallan a un niñito acostado en un pesebre. ¡Cuan poco concordaba este cuadro con la imagen de un rey que, por añadidura, había de ser Redentor del mundo entero! Sin embargo, los pastores no se sienten defraudados en lo más mínimo. Nosotros pensamos de manera distinta: aunque se nos hable en los términos más sublimes acerca de la fe y la vida eterna, apreciamos cien veces más los bienes de esta tierra. Si fuese realmente sincera nuestra fe en estas palabras: Cristo nació en Belén como Salvador nuestro, y luego padeció y murió para redimirnos del pecado y de la muerte, entonces nuestro ánimo sería otro, en nuestro corazón no habría tanta sed de riquezas, no nos afanaríamos tanto por poseer grandes cosas como las que el mundo estima de alto valor, sino que lo tendríamos todo por basura, y por objetos que simplemente hacemos uso para la mantención de nuestra vida terrenal. Pero, el hecho de que todavía permanezcamos en nuestro estado anterior de apego a las cosas de este mundo, es una señal de que aquella natividad nos tiene sin cuidado, y que de las palabras del ángel no hemos retenido más que el sonido. Los pastores en cambio retienen las palabras mismas, y con tal firmeza que ven en aquel niñito a su Rey y Salvador y difunden por todas partes lo que se les había dicho acerca del niño. ¿Dónde está, en aquel establo de Belén, lo que comúnmente distingue a un rey: un brioso corcel, el séquito de nobles caballeros? No obstante, en contra de lo que les dicen sus cinco sentidos, los pastores concluyen: Éste es el Rey, el Salvador, el gran gozo para todo el pueblo. Así, en el corazón de los pastores, todo apareció pequeño, y nada fue grande sino solamente aquellas palabras del ángel. Tan grandes fueron que, aparte de ellas, los pastores no vieron nada; se llenaron de ellas de tal manera que todo su afán fue mucho más que satisfecho, de modo que se pusieron a propalarlas en alta voz, sin preguntar por lo que podrían decir los grandes señores en Jerusalén que mandaban en el templo y en el sanedrín. Al contrario: sin la menor señal de miedo ante las autoridades predican al Cristo mendigo. ¡En verdad, palabras de verdaderos revoltosos y herejes! ¡Decir que habían visto a un ángel, y que este ángel les había anunciado el nacimiento de un Rey y Salvador en Belén! Si esto llegaba a oídos de los principales de los sacerdotes, ¿no los increparían diciendo?: “¡Vosotros, ignorantes pastores, no nos haréis creer que en un pesebre en Belén yace un nuevo gobernante! El gobierno tanto espiritual como civil está aquí en Jerusalén. ¿Y vosotros queréis persuadir a la gente de haber tenido una visión? ¿La verdad será que habéis soñado?” ¿Y no tenían que decirse los pastores mismos: “Merecemos ser crucificados o ser puestos en el cepo por habernos sublevado contra las autoridades espirituales y civiles?” Creo empero que cuando la noticia de lo ocurrido llegó a los jefes de los sacerdotes, éstos respondieron: “Ya estamos acostumbrados a que la gente ignorante hable puras tonterías; habrá sido Satanás el que estuvo en el campo de Belén”, desoyendo así, en su propio perjuicio, el mensaje angelical. Y aún otros habrán dicho quizás: “Si realmente se produce un hecho de esta naturaleza, se dará noticia a nosotros, y no a unos pastores, desconocidos”. También en nuestros días hay gente que dice: “Si esa nueva doctrina que ahora se predica fuese realmente el evangelio verdadero, Dios lo haría predicar por los jefes mismos de la iglesia, no por monjes y sacerdotes escapados de algún convento”. Pero ¿no te parece que Dios puede dejar plantados a Caifás y Anás y a todos los respetables sacerdotes y dar a unos humildes pastores el encargo de predicar el nacimiento del Rey y Salvador? ¡Ojalá también nosotros siguiéramos este ejemplo de los pastores y tuviéramos por grande e importante sólo la palabra de la fe, haciendo oídos sordos a todo lo demás! Por ejemplo, cuando se nos da la absolución, o la santa cena, o cuando se nos predica el evangelio, ¡tuviéramos por basura todo lo demás y nos aferrásemos a la Palabra sola! Pero por desgracia, nuestra carne, Satanás y el mundo hacen que no despreciemos lo mundanal como debiéramos hacerlo, y así nos impiden apreciar la palabra en todo su valor.De este modo, nuestro Dios y Señor hace que todos los sabios lleguen a ser necios, permitiendo que la imagen verdadera de su iglesia casi desaparezca bajo un cúmulo de escándalos. No obstante, el que es miembro de esta iglesia piensa: -A pesar de que el mundo me desprecia y persigue, sin embargo creo en Cristo, estoy bautizado y tengo el evangelio; y a este evangelio, este bautismo y este Cristo les asigno en mi corazón un valor tan alto que a su lado, el mundo entero no me parece valer más que una astilla-.Y esto es bien cierto: el evangelio de Cristo que el creyente tiene en su corazón, posee ante Dios un poder justificador tan grande que, aun cuando el mundo entero estuviese repleto de pecados, todos ellos no serían más que una gota de agua en comparación con la inmensidad del mar. No es poca cosa fijarse en la palabra de Dios y atenerse a ella. Tan grande cosa es, que al que lo hiciere, todo lo que el mundo encierre le parecerá como una partícula de polvo. Así, pues, la iglesia cristiana es santa, a pesar del mal aspecto que tiene a los ojos del mundo, y a pesar de estar cubierta de tribulaciones y escándalos. Y nadie puede captar enteramente la santidad y justicia de la iglesia, ni aun el que tiene fe, y mucho menos se la puede sondar con la imperfecta razón humana. Quien quiera conocer de veras a la iglesia cristiana y a sus miembros, tiene que tomar como elementos de juicio la palabra del evangelio, los sacramentos, la fe, y los frutos de la fe y del evangelio. Y tú mismo, para comprobar si eres santo y cristiano, considera si tienes el bautismo y el evangelio, si oyes y crees la palabra de Cristo. Si luego mantienes puro tu matrimonio, si honras a tu padre y a tu madre, etc., o sea, si obedeces gustosamente al Señor, y evitas gustosamente lo que es contrario a su voluntad: estos son entonces los frutos de tu fe.Mas si alguna vez das un traspié, esto no te infligirá un daño irreparable. Piensa en tu bautismo, refúgiate en el evangelio que te ofrece perdón y absolución, di a ti mismo: “Se me han ocurrido malos pensamientos, he caído en un pecado. Pero he sido bautizado, tengo la palabra de Dios con su promesa de remisión: esto es para mí una santidad mayor que el mundo entero con todo lo que hay en él. Cristo es mi mediador lleno de misericordia, tan misericordioso que la furia de todos los diablos que pudieran aterrarme no es más que un leve destello comparado con el fuego de su amor, nada más que una gota de agua comparada con el mar de sus compasiones. Él está a mi lado y me ayuda.” Así debemos y podemos consolarnos pensando en ese inmenso tesoro que poseemos en la palabra y los sacramentos.Todo esto nos enseña por qué Cristo es llamado “Admirable, Consejero”: Él quita de nuestra vista y de nuestro pensamiento toda santidad y sabiduría propias. Toda la santidad, toda la sabiduría que la iglesia cristiana posee, se basa en la palabra y en los sacramentos. Si quieres juzgar a la iglesia según su aspecto exterior, llegarás a un resultado enteramente falso, pues verás a los cristianos como gente asustada, plagada de pecados e imperfecciones. Mas si consideras a los cristianos como gente que ha sido bautizada, que cree en Cristo, y que demuestra su fe produciendo frutos de amor a Dios y al prójimo y llevando con paciencia su cruz, entonces tu juicio será acertado. Pues éste es el distintivo en que se ha de conocer a la iglesia de Cristo. Para la razón, el bautismo no es más que agua, el evangelio de Dios no es más que un sonar de palabras. Es natural, pues, que de esta manera, despreciando la palabra y los sacramentos, la razón jamás puede llegar a encontrar y conocer a la iglesia cristiana. Nosotros en cambio, los que somos miembros de la iglesia, debemos tener el bautismo y la palabra en tan alta estima que todos los bienes y tesoros del mundo nos parezcan una nada comparados con ellos. Haciendo esto, reconocemos correctamente a la iglesia cristiana, y nos podremos consolar también a nosotros mismos diciendo: “En mi propia persona soy un pecador, pero en Cristo, en el bautismo, en la palabra, soy un santo.”Atengámonos por lo tanto a estos nombres: “Admirable, Consejero”. Entonces podremos hacer frente a todos los falsos maestros que ciertamente vendrán. El mundo no puede contra su costumbre: insistirá en querer retratar a la iglesia cristiana según su apariencia exterior. Sin embargo, el único retrato fiel de la iglesia es el que acabo de pintarles: el retrato en que se destacan el evangelio, los sacramentos, la fe y los frutos de la fe. El bautismo es el luminoso color blanco, la palabra y la fe son el glorioso color azul del cielo, y los frutos del evangelio y de la fe son los diversos otros colores que distinguen a los cristianos, a cada cual en su estado y profesión.

Extracto de “Un niño nos es nacido” sermón de Martín Lutero sobre Isaías 9:2-6, predicado el 26 de diciembre de 1531. Obras de Martín Lutero, tomo IX, sermones.

Imagen: Pesebre en la iglesia luterana Village Lutheran Church, el miércoles 10 de diciembre de 2015 en Ladue, Mo. Comunicaciones de LCMS/Erik M. Lunsford. Copyright © 2015 LCMS.

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