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Domingo 14 de septiembre – Día de la Santa Cruz

Sin lugar a dudas, el centro de la doctrina luterana es cristocéntrico. Confesamos que toda la Escritura nos habla de Cristo, y que Cristo mismo nos habla a través de toda la Escritura:

“Escudriñad las Escrituras… ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39).

El corazón de nuestras confesiones es Cristo crucificado: solo Cristo, sola Escritura y sola fe. El Dr. Lutero llama al Crucificado maximus peccator (“el máximo pecador”). Reconocemos que cuando Cristo cargó sobre sí todos los pecados del mundo, cargó con los pecados de cada ser humano:

“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en Él” (2 Corintios 5:21).

Toda fealdad, todo pecado que haya en ti fue puesto sobre Él, y así, por su causa, todo fue expiado. Por lo tanto, por la obra de Cristo, la cruz es símbolo de vida para nosotros. Si fijamos nuestros ojos en el Crucificado, tenemos vida, así como los israelitas que, en el desierto, al ser mordidos por serpientes, miraban a la serpiente de bronce y eran sanados:

“Y Moisés hizo una serpiente de bronce… y cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de bronce y vivía” (Números 21:9).

Aquella serpiente era un antitipo de Cristo crucificado:

“Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:14-15).

Sin embargo, es sumamente importante señalar que la cruz fue una realidad histórica, pero la bendición de Dios hoy no se encuentra en la madera de la cruz, sino en los santos sacramentos: el Bautismo, la Santa Absolución y la Santa Cena. Así lo expresó Cristo a Nicodemo:

“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5).

En el Bautismo, por ejemplo, el agua se convierte en agua llena de vida. Las aguas bautismales son signo de la cruz, pues en ellas recibimos la vida de Cristo. El Catecismo Menor de Lutero lo enseña con claridad:

“¿Qué significa bautizar con agua? Significa que el viejo Adán en nosotros sea ahogado y muera juntamente con todos los pecados y malos deseos, y que surja y resucite diariamente un hombre nuevo que viva en justicia y pureza delante de Dios para siempre” (Catecismo Menor, IV, 4).

Asimismo, la Confesión de Augsburgo, en su Artículo V, nos recuerda que los medios por los cuales recibimos esta gracia son la Palabra y los Sacramentos instituidos por Dios:

“Para que alcancemos esta fe, fue instituido el ministerio de enseñar el Evangelio y administrar los Sacramentos. Porque por la Palabra y los Sacramentos, como por instrumentos, se da el Espíritu Santo, el cual obra la fe donde y cuando a Dios le place en los que oyen el Evangelio.” (CA V).

Por tanto, cuanto más cerca estamos del Crucificado, más cerca estamos también los unos de los otros, al confesar a Cristo crucificado y resucitado. Y en medio de esta confesión, Cristo mismo nos protege de los asaltos y ataques del diablo, así como de todo enemigo que intente obrar contra la verdadera fe y confesión.

“El Señor es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?” (Salmo 27:1).

Obispo. Rev. Omar Kinas

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